lunes, 19 de marzo de 2012

LA UTOPIA COMO UNA FORMA DE AMOR DE CECILIA LEMUS



 
Sedentarios, amantes de la moderación, desde muy temprana edad advertimos la existencia de bardas, rejas, portones, baldíos, fincas, y todo aquello que se deriva de la palabra límite o de la noción de propiedad privada. En los cuadrantes ideológicos del sedentarismo, que se apuntalan con un léxico que condiciona la visión del paisaje y la forma en que lo habitamos, el sujeto es circunscrito en yermos espacios; así, restringida la conciencia, encalla y se deshidrata en las fronteras de la concupiscencia.
Es entonces en el alma y en el espíritu del hombre sedentario que se gesta la noción de utopía, porque al ser arrancado y aislado del universo no le queda más que emitir suspiros, palpitaciones lúgubres, imprudentes fantasías de amor. La utopía tiene su génesis en la imposibilidad primera  que experimenta el ser, la imposibilidad más aterradora, dolorosa e ineludible, la imposibilidad de amar; porque quien es privado de lo amado es condenado a los ardores del nunca jamás; y es en esa ruta mortuoria que se suelta la bestia para reclamar lo inefable, para arrebatar a la Cultura aquellos ideales acribillados en la duda, en la improbabilidad, en lo inaceptable.     
Crea utopías el que ama, porque la creación es en sí misma un enlace erótico con lo originario, infinito juego de reflejos que traman nuestra identidad. Amar es proyectar utopías, es decir, trazar el plan de una obra en la que se hace visible lo que simplemente se condenó a la ira de la negación; como bien lo dice la filósofa española María Zambrano "el amor es una potencia creadora anterior al mundo que vemos".[1]
El artista contemporáneo, nómada despojado de todo aquello que el universo le había prodigado a las generaciones que le anteceden, con las cuencas de los ojos vacías, franquea pies y manos en el muro de sus propias orillas, acaricia la ética de sus deseos y simplemente pronuncia su propio nombre, anidando en ese acto la esperanza de ser reconocido por Él, el amado.
Todo proyecto artístico es entonces la recuperación del nombre, la restauración de la infinitud del territorio,  la renovación de lo amado y, ante todo, la reaparición del Ser Nómada en continua traslación.



[1] Zambrano, María, El hombre y lo divino, Fondo de Cultura Económica, México, 1992.

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